«El futuro no pertenece al arte, sino a la ciencia», dice Philipp Vanderberg. ¿Sigue siendo válida esta afirmación si la propia ciencia se convierte en arte? ¿Pueden los algoritmos ser tan creativos como los cerebros humanos? ¿Pueden las máquinas sentir y compartir emociones digitales? Todas estas cuestiones son cada vez más importantes en el debate a medida que se desarrollan los proyectos artísticos basados en la tecnología. Pero a diferencia de la cámara fotográfica, que aportó una nueva forma de creación artística a lo largo del siglo XX, la IA no ofrece actualmente una revolución creativa como tal. Al menos, todavía no…
La IA en el arte actual: lo mejor de los farsantes
La inteligencia artificial es asombrosamente capaz de inspirarse en obras de arte para crear otras nuevas, en todos los campos artísticos. Desde las esculturas cibernéticas de Nicolas Schöffer hasta el «Retrato de Edmond de Bellamy», la primera obra creada por la IA que se subasta, desde la canción «Daddy’s car» escrita por el sistema FlowMachines de Sony hasta la reciente redacción de artículos para The Guardian, las proezas de la IA son sorprendentes e inquietantes. Abundan las exposiciones-experimentos basados en la IA y es muy probable que veamos, en un futuro próximo, cuadros o novelas adaptables, que interactúen con el visitante según su estado de ánimo o su comportamiento. Hoy en día están surgiendo muchas herramientas informáticas. Disponibles en la nube y pronto al alcance de todos, abren nuevos campos artísticos basados en la IA.
La IA no sufre el síndrome de la hoja en blanco y multiplica las propuestas artísticas, que además consigue crear en un tiempo récord. ¿Cómo es posible? Sencillamente porque la IA aplicada al arte se basa en técnicas de machine learning y deep learning, es decir, en métodos de aprendizaje automático basados en la absorción masiva de datos, incluyendo miles de obras de la historia del arte.
Lo que produce la IA pone en tela de juicio nuestro juicio sobre la calidad de una obra de arte y cuestiona nuestra relación con la «belleza universal», ya que incluso un amante del arte informado tiene dificultades para distinguir las obras creadas por seres humanos de las producidas por algoritmos. Esto plantea cuestiones sobre la condición de autor de una máquina, su genio creativo, el valor de sus producciones… pero también su futuro. Porque si la máquina se inspira en obras existentes para crear otras nuevas, ¿no corre el riesgo de «dar vueltas» al cabo de un tiempo? ¿Es capaz de un verdadero acto creativo? Y sobre todo, ¿se puede mover? Hoy, la respuesta es no, porque el camino tecnológico del aprendizaje automático sólo permite reproducir el comportamiento humano sin conciencia y no dotar a la IA de una capacidad creativa propia.
¿Sería la innovación definitiva sacar la IA de la tecnología?
Desde hace varios años, las aplicaciones de la IA se han inmiscuido en nuestras vidas y en nuestro día a día, sin cuestionar nuestros sentidos. ¿Es ésta una vía para la futura exploración tecnológica, especialmente en el arte? ¡Sin duda! Porque las tecnologías basadas en el aprendizaje automático y profundo tienen ya casi 30 años y ya no son revolucionarias. Es hora de ampliar la perspectiva, basándose en otros descubrimientos de las ciencias cognitivas, las neurociencias y la psicología humana. El futuro de la inteligencia artificial dependerá de los avances en estas áreas.
Varios estudios exploran estas vías, por ejemplo en torno a la programación probabilística. Al no depender únicamente de las bases de datos, intentan generar creatividad y emoción de una manera diferente. Este trabajo está aún en sus inicios, pero abre la puerta a perspectivas tan amplias como apasionantes. ¿Podrá la IA dotar a las máquinas de sentido común y permitirles sentir y transmitir emociones? La cuestión no es tanto si ocurrirá, sino cuándo ocurrirá.
La inteligencia humana no es sólo una biblioteca de conocimientos, sino que está llena de sutilezas sensoriales y emocionales que el contacto con el arte podría activar. Al final, es el arte el que, por su capacidad de cuestionar a los investigadores, alimenta a la ciencia e impulsa la innovación, y no al revés. El arte se impone como catalizador de la investigación y trasciende a los científicos. El futuro parece revolucionario en este sentido. Hoy, una inteligencia artificial puede crear y leer un poema. Mañana, podrá ser movido por él.
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